Shot

Al mirar su cara reflejada en el espejo revisó los detalles: las facciones de siempre, la textura de la piel, los poros, las manchas, los lunares, los recovecos, los pelos, las marcas del tiempo. Pensó para sus adentros que de algún modo, hasta ése momento, lo venía logrando, no se había traicionado, no se había convertido en eso que no había querido convertirse. Pero inmediatamente vislumbró otro acertijo que había permanecido solapado desde siempre: ¿qué significa no traicionarse? Si la vida es mutación constante, ¿dónde se ubica el anclaje que determina el grado de auto traición? Cambiar algunos modos de hacer y pensar las cosas ¿podrían implicar el no traicionarse? Quizás sí, ya que no se trataría de permanecer inmóvil. No obstante, a pesar de la firme decisión de evitar la traición, se podría recaer en ella misma. El espejo devolvió una imagen paradójica.

Luego, la mirada observó la propia mirada, o su vestimenta: iris y pupilas, colores vivientes reaccionando al reflejo de la luz. En cada destello apareció un beso diferente, explotó un caleidoscopio de besos y las diferentes intensidades de cada uno de ellos. Todas las historias escondidas debajo de cada acontecimiento emergieron a la vez, exponiendo así la genealogía constituyente de la persona que acumulaba una batalla de yoes en disputa por la identidad unitaria. De eso se trataría, de la unidad en la multiplicidad, así con cada cuerpo viviente. Mientras tanto, flotaba la banda sonora de su vida, las músicas que nunca se detuvieron ni lo harían hasta el final. Cada secuencia de notas y acordes traían al presente diferentes momentos, etapas o aventuras, como sucede con los olores.

Toda esta información y mucha más, componía un cuerpo danzante sobre la tierra y a través del reloj, el cual se lanzaba a las calles cada día. Muchos datos, muchos números de teléfonos, de colectivos, de boletos, de documentos, de vuelos, de matrículas, de códigos, de códigos binarios… Por momentos pareciera que el siglo XXI no significara más que computadoras e información, el resto podría no suceder, lo que interesa son los datos. Los datos logran codificar cada ápice de lo que somos, incluso manejarían los niveles de contradicción esperable, de traición a nuestros propios valores y voluntades: “¿seré tan predecible que algún algoritmo es capaz de determinar quién seré mañana?”. Ya no sólo se trataba de la traición a sí mismo en su cabeza, ¿que tal si las traiciones o las actitudes loables estuvieran predeterminadas por una tendencia?

De pronto, se topó con una poda de árbol y se lanzó un diálogo interno:

– ¡No corten el árbol!

– Pero es necesario para que crezca sano.

– ¿Es, acaso, una metáfora?

– Siempre estamos buscando metáforas en la naturaleza. A veces funcionan, a veces son figuras que nos ayudan a entender las cosas, a veces devienen en genocidios.

En ese momento llegó el colectivo. Una vez en el asiento se acomodó y se dedicó a mirar por la ventana. La magia de no saber con qué detalle novedoso se toparía cada vez se presentaba nuevamente. Cerró los ojos un momento, buscó un poco de paz. Por la ventana se veía la orilla del mar, el colectivo avanzaba junto a las surfistas entre las olas de espuma blanca, sobre la arena gruesa, frente a las nubes grises de un amanecer misterioso, nostálgico y erotizante. El colectivo, esa colección de personas en movimiento que parecían entablar diálogos cruzados comentando una festividad que nunca se había extinguido, era salpicado por el agua salada, helada.

Al final, nada más. Dos o tres pasos, algunos pensamientos sueltos y listo. Un disparo que llegó desde atrás y atravesó la cabeza por la nuca. Las reflexiones, los sueños, las construcciones, las conceptualizaciones, los delirios, los valores: no existe más nada, se extinguieron junto con la vida. Lo múltiple se manifiesta en ese carácter de lo único y lo particular, la potencia vital que puede mover montañas abandona la condición del ser. Lo que no es, ¿nunca existió?

Comunicación

Estamos acostumbrados a tomar en consideración, principalmente, los relatos provenientes de usinas monolíticas instaladas en el imaginario general y, aún sin quererlo, terminamos por minimizar otra clase de canales emisores, otras formas de intercambiar información. Otra vez. Nos confundimos cuando, sin siquiera pensarlo, creemos que una serie de datos es trascendente por surgir desde el seno de un medio generador de informaciones, enquistado en un entramado constructor de relatos para ser impuestos. Por supuesto, la masividad de estos canales, hace que la mera aparición de un dato, una historia, una noticia o lo que sea, se vuelva algo para considerar, pues su alcance es superior a todo el resto y, aunque no sea por calidad, pertinencia o veracidad, a través de la mera estadística y la repetición, logra reproducirse en las bocas de todas las personas. Mecanismo clásico.

Ahora, ¿qué pasa en lo micro?, ¿qué sucede con los relatos y la información del mano a mano? Esta serie de intercambios, además de que su llegada es ínfima en comparación con las emisiones masivas, suele ver reducida su capacidad de influencia. En estos casos sí se pone en tela de juicio la calidad de la información, la pertinencia o la precisión -algo necesario, pero que debiera funcionar no sólo para este tipo de canales “menores”-. Al parecer convivimos con una ilusión sin poder deshacernos de ella: la capacidad de alcance sería el equivalente al nivel de veracidad y de trascendencia.

Pasando a lo concreto. Hace poco, cuando le comenté a uno de mis amigos que le iba a pedir prestada una caladora a otro amigo en común, me dijo que había que ver si tenía la sierra correspondiente para el trabajo que yo quería realizar, porque hacía poco la había prestado y se la habían devuelto sin dicha sierra. Cuando fui a su casa, efectivamente, faltaba y había que conseguirla. De algún modo misterioso e intrincado, este episodio me hizo revisar lo mencionado anteriormente. La forma en que mis amigos establecieron un relato de un hecho mínimo, intercambiaron una información que para mí -que no suelo tener mucho interés en herramientas mecánicas- hubiera sido muy difícil conservar, y cómo le dieron una importancia de peso a ese dato, me dejó pensando. ¿Cómo pueden haber conversado de esto y cómo pueden acordarse?, esa pregunta me martillaba la cabeza y saltaban pedazos en forma de otros pensamientos imprecisos: “¿sabrían que esa información serviría en otro momento?”; “evidentemente, así sucedía con mi abuelo en su pueblo natal o en el antiguo barrio Libertad, cuando el contacto con los vecinos y conocidos era un mecanismo primordial para construir la información sobre lo que importaba”; “¿qué tan determinante puede ser prestarle atención y darle entidad a los datos surgidos de nuestras propias prácticas cotidianas?”; o “¡cómo nos engañan constantemente haciéndonos hablar de cosas intrascendentes!”.

Toda esta ensalada me llevó a pensar en el valor de lo múltiple en contra de lo singular, lo uno -lo monolítico, lo fijo e inamovible- y en el modo en que, a pesar de tratarse de algo que Nietzsche y tantos otros se cansaron de repetir, continúa siendo difícil que podamos pensar bajo otra clave. Los relatos, las interpretaciones o los valores fijados, ya establecidos, y los modos en que se nos presentan -medio de comunicación, disciplinas, instituciones o lo que fuere- no tienen un valor más alto en sí mismos, sólo valen más porque fueron impuestos, a través de voluntades poderosas. Mientras tanto, la riqueza de la multiplicidad, ese entramado complejo e invisibilizado que compone todo lo que es aplastado por el monolito del relato único, queda olvidada. Es decir, nos resultan más importantes los datos inútiles impuestos desde emisores lejanos a nuestra cotidianidad que la información construida a nuestro alrededor. Impresionante: sin quererlo, nos volvemos cómplices de aquello que genera nuestra propia desventaja.

¿Por qué lo múltiple y dinámico sería más auténtico que lo fijo? Pareciera increíble cómo la ilusión nos esconde lo evidente. Lo múltiple responde de modo mucho más ajustado a lo que conocemos del universo y de nuestras vidas. Pareciera un cliché mencionar que cada persona es un mundo particular o que cada grupo humano se nutre de sus individualidades para lograr una dinámica y un lenguaje particulares, de los cuales surgen diferentes relatos y varas para medir los hechos, entre otras cosas más. Sin embargo es necesario dimensionarlo ya que se suele caer en una de las tantas ilusiones compuestas por dos caras, las que en el fondo son la misma moneda. Por un lado, el creer que aquello surgido desde uno mismo o desde el propio grupo es la regla para el resto del mundo, sin siquiera reflexionar sobre el hecho de que esas reglas pueden no funcionar para todos los casos o que pueden mutar según la ocasión, reniega de lo múltiple y pretende imponer lo uno, lo estático. Por el otro lado, pretender que el relato único abarque las particularidades de todos los casos, los avatares y las mutaciones, significa licuar todo eso y prensarlo bajo el formato monolítico de lo que es y lo que debe ser. Por eso resulta fundamental darle valor a lo múltiple, que también va de la mano con lo dinámico. Se trata de comprender que hay diferentes perspectivas y herramientas a la hora de abordar el mundo y las problemáticas que se manifiestan como nuestras propias existencias, las cuales van cambiando constantemente. De todos modos, es necesaria una aclaración fundamental para no caer en errores peligrosos: aceptar lo múltiple y lo dinámico no significa aceptar un vale todo, ya que esto significaría desvirtuar la potencia de estos factores; que haya multiplicidad no significa la infinitud o la actitud acrítica. Es un equilibrio que debe construirse continuamente, justamente, un equilibrio dinámico, pues las interpretaciones del mundo deben ser puestas a prueba ante los hechos y ante el resto de las personas.

Entonces, así como lo múltiple parece ajustarse más a nuestro modo de vivir en el mundo, lo dinámico responde a los mismos parámetros. Todo es dinámico, nada permanece para siempre, todo se transforma, todos los imperios se derrumban, todos los soles se apagan, las placas tectónicas hunden territorios y dan lugar a otros nuevos. Todo mutará, dejará de ser, se destruirá, inclusive esas usinas de apariencia divina que nos vomitan el modo en el que son las cosas y cómo debemos comprenderlas sin siquiera decidir si queremos comprenderlas de esa manera. Inclusive esas imposiciones de relatos que consideramos intocables, en algún momento se desmoronarán como un castillo de arena ante la inminente llegada del mar, no importa el tiempo que pueda haber llevado el construirlo y mantenerlo, un simple plumazo vuelve todo a foja cero, incluso las cosas negativas y poderosas.

Así, creo que nada implica una única estructura posible, ni siquiera aquello de lo que no dudamos, como, por ejemplo, el modo de relacionarnos, el modo en que construimos nuestra cotidianidad, nuestros vínculos, el modo en que manejamos la información, los datos, el conocimiento de nuestro medio. Cuando aparecen dificultades, quizás el problema no seamos nosotros, sino la estructura en la que nos obligamos a caber por no concebir que podemos caber en algo a nuestra propia medida. El miedo que implica no reproducir lo esperable, lo desconocido, asumir la incertidumbre del porvenir, paraliza. Sin embargo, podemos establecer parámetros que sean coherentes entre sí y con nuestra propia realidad. Justamente, así como la conversación y el intercambio con las personas de nuestros diferentes entornos, los fanzines, los panfletos, los blogs, los medios alternativos, el arte plástico, la música, todo lo que se conoció en un momento como under, sus hechos y relatos, dan cuenta de la riqueza de lo múltiple, de lo dinámico, de la ruptura con lo estático, de la oposición al relato único, impuesto como algo ya masticado. Estas experiencias alimentan la construcción de un entramado comunicacional más complejo, con diferentes objetivos y valoraciones, donde el relato único queda subsumido, donde se valora la micro acción, donde se sabe que tal vez mañana esa misma información ya no tendrá la misma utilidad o la misma potencia. Quizás, la próxima oportunidad en que un amigo nos dé un dato, no lo dejemos ir así como así.