Egoísmo

La humanidad es complicada. Ciertamente, es raro pedirles valores morales a las langostas del planeta, pero parte de estas langostas son obstinadas e insisten en querer cambiar el rumbo de la tendencia actitudinal dominante.

Partiendo desde el sistema que nos organiza como sociedad, sabemos que lo que vale es el individualismo, el pisar cabezas, el sálvese quien pueda. Pero algo que no logro vislumbrar es si eso que parte desde lo profundo, desde lo micro, es producto de los valores sistémicos o si los conformó, o si existe una dinámica de ida y vuelta en la cual no se puede distinguir claramente el movimiento inicial y sólo nos queda observar el péndulo.

En dichas profundidades uno puede encontrarse con las manifestaciones más crudas del egoísmo. Los pequeños detalles, las actitudes cotidianas, la manera de relacionarse con el entorno, son la muestra proporcional de aquello que domina a la humanidad: el egoísmo, la incapacidad de empatía, la agresividad, la falta de respeto, así como también la inhabilidad para escuchar y reflexionar.

El primer ejercicio preventivo que se me ocurre es el mismo de siempre: preguntarse a uno mismo, con regularidad, si no se estará tomando alguna de estas maneras de actuar con naturalidad acrítica. El asunto es que para tener la capacidad de hacerse este tipo de preguntas, es necesario no posicionarse por sobre el resto de modo indiscriminado, hay que considerar siempre la posibilidad de estar equivocado en lo que uno está viendo, sintiendo o pensando. Así y todo, siempre hay juego, ya que los criterios que se pueden utilizar varían dependiendo de los matices en los valores.

Cuando no se manejan los cánones del respeto, la paciencia, la empatía, la libertad o la confianza es difícil lograr la comunicación entre amigos, parejas, compañeros o simplemente conocidos. Aparece la frustración y deviene, en estos casos, en aislamientos y construcciones de pensamientos ad hoc, de parches, para intentar hacer caber la realidad en categorías disfuncionales – lo cual efectivamente no funciona –. En esos momentos hay, al menos, dos opciones: aceptar la necesidad del cambio de criterios o caer en el torbellino descendente a través del loop de la muerte.

La cultura del llame ya! en la cual vivimos, el click de distancia, la inmediatez ante todo, nos volvió una comunidad sin paciencia, desacostumbrada a ocuparse para alcanzar los objetivos. Perdimos la capacidad de comprender las cosas como procesos prolongados y complejos. Las frustraciones de hoy, probablemente no desaparezcan mañana, es necesario trabajarlas durante un tiempo, crecer. Uno no come la fruta de la planta al día siguiente que plantó la semilla, sin embargo esta lógica se presenta inaccesible. Veo gente que patea el tablero constantemente y espera tener todo solucionado cinco minutos más tarde. La experiencia se ha cansado de demostrarnos que los mecanismos en los cuales navegamos no funcionan así, sin embargo, las expectativas continúan siendo masivamente erróneas.

En esta lógica en la cual se pretende empezar por el final, tener los resultados en la mano por generación espontánea, sin haber realizado el esfuerzo antes, sobrevienen las ramificaciones de la frustración, aparece la ira, el enojo, el culpar al otro por las propias incapacidades o el fustigarse a uno mismo sin siquiera comprender bien cual es el alcance que las acciones tienen. Acá reside otra de las caras del egoísmo que se cultiva: no dar cuenta que todo lo que uno hace tiene una consecuencia. Es una de esas leyes físicas básicas que nos enseñan en el colegio: toda acción tiene una reacción, o algo así. Si uno actúa impulsado por elucubraciones muy propias sin medir el impacto invariable, los resultados nunca van a ser que las cosas continúen bajo las mismas condiciones.

Al exponer a las personas de los alrededores a las reacciones resultantes de procesos internos sin que el resto conozca el trasfondo de todo ello, aparece, por empezar, una distancia con el otro. El riesgo del olvido del otro es muy peligroso y frecuente: cuando uno está obnubilado por los propios demonios olvida que el resto no vive bajo las mismas condiciones ni que alcanza las mismas conclusiones tras los mismos procesos mentales. En ese momento se da un juego de tensiones entre las capacidades de comprensión del solipsista y de quienes lo rodean. Si el primero logra dar cuenta que está tirando mucho de la cuerda, puede mejorar la situación, si los demás no tienen la capacidad de comprensión mínima, la situación se puede volver explosiva, pero si la tienen y no ven respuestas del otro lado, todo deviene en el aislamiento por parte del primero en cuestión. Cuando uno actúa, existe una reverberación en los alrededores, no se puede pretender que todo se mantenga como si nunca hubiera sucedido nada. Justamente, uno sigue la ley física, uno actúa para que las cosas no sigan igual.

Es triste el egoísmo, el individualismo, la confusión y la desesperación que aparece. La incapacidad de afrontar el conocerse a uno mismo, de aceptar aquello que uno pretende cambiar, la ceguera ante lo que no represente eso que queremos. La humanidad, más que el mundo, es un lugar difícil. Ya no sólo debemos sortear peligros tangibles y materiales, ahora también nos vemos enfrentados a nosotros mismos.