Máscaras

A los 15 años, volvía en un micro por la ruta mirando los árboles a través de la ventana, formaban una cortina verde oscuro. Siempre recuerdo aquel momento en el cual me prometí a mí mismo que nunca me dejaría vencer por la mentira del “mundo adulto”: si tenía la afortunada oportunidad de no convertirme en víctima de la explotación sin fin, no podía meter yo mismo la cabeza en la picadora de carne. No sucumbiría ante los maléficos embates de una sociedad enferma que drena la sangre de sus componentes para erigirse como el mayor monumento a la abstracción, que arrebata la risa, la locura, la alegría, la amistad, la aventura y arroja a sus engranajes reemplazables dentro de inmundos cubículos aislados de la luz del sol y del reflejo lunar.

A medida que nuestras vidas van avanzando, vamos recorriendo diferentes ámbitos, los cuales nos exigen determinadas maneras de actuar, en los cuales ocupamos diversos roles. No ocupamos el mismo lugar en un grupo de amigos que en el trabajo, en la escuela, en la facultad, en un grupo de estudio, en la familia o que en otros grupos de amigos diferentes. Las diversas dinámicas grupales nos van acomodando en roles que se van definiendo a medida que se ensamblan dichos grupos. Ahora bien, hay algunas personas que tenemos una especie de premisa importante a la hora de actuar: “siempre intentar ser uno mismo”. Esto  resuena una y otra vez en mi cabeza ante cada situación y sobrevienen preguntas como: “¿este soy yo?, ¿me estaré traicionando?, ¿estaré actuando una farsa, engañándome a mí y a los demás?”.

Realmente, muchas veces me he visto atormentado, acusado por mí mismo de haberme traicionado. Dado que siempre me gustó ser estricto en el cumplimiento de mis metas existenciales, la autoevaluación no puede dejar de estar presente jamás. Así, el temor a dejar de ser quien me prometí nunca dejar de ser suele llevarme a algunos puertos que rozan la neurosis.

Pero a veces el avance del ejercicio de la autoevaluación penetra hasta en los propios términos de la misma, y elevamos, así, un poquito más la vara con la que medimos. ¿Cuando se es uno mismo? ¿Existe “ser uno mismo” como algo fijo? Efectivamente, uno tampoco busca convertirse en un dogmático ni en un ermitaño, con lo cual nuestra premisa se pone a prueba cada día, ante cada nueva situación, problema, persona, ámbito o conjunto de creencias,así como con el arte, los sentimientos o la política. De este modo, nos vamos empapando de mundo, de nuevas preguntas que van complejizando aún más aquella vieja inquietud.

Creo que no existe una cosa tan estática y concreta como el “yo mismo” más allá del propio cuerpo. Puede que sean vicios nietzscheanos, pero he compartido la idea de que podemos estar constituidos por máscaras y que seamos una de ellas ante cada situación – en cada rol – sin siquiera ser en nuestra totalidad sólo una, todas juntas o ninguna. También pienso en las triunfales reflexiones del antihéroe japonés Shinji Ikari – personaje del animé Evangelion –: “Yo soy el yo que habita en tu mente”. Así, por momentos tiendo a despojarme de toda idea de unidad, pero también me resulta algo dudoso. Aún la siento propia, aquella vieja promesa, y ante cada máscara, ante cada yo, intento que se cumpla. Quiero que todas las máscaras y todos los roles sean yo, que se conforme una multiplicidad pero con un hilo conductor.

Pienso que dicho hilo conductor, en medio de tan volátil existencia, se constituye a través de los valores que uno establece y eso es lo más cercano a aquel “uno mismo” que no queríamos traicionar. En cierto modo, considero que forjé un núcleo de valores morales, vitales, existenciales, de manera incipiente, con los cuales comenzaron a definirse mis márgenes. A través del tiempo, el contacto con el mundo, el aprendizaje y la montaña rusa de experiencias, fui puliendo algunas aristas, definiendo otras o haciendo agregados. Pero para que la vitalidad no muera en nosotros, siento que debemos pelear con uñas y dientes para no perder la jovialidad, el sentido de la aventura, el riesgo, la sinceridad, la desconfianza de lo instituido y de lo que circula entre la gente como una tenia que carcome los órganos.

Finalmente, podremos enriquecernos con los nuevos aspectos que descubre en nosotros cada máscara. Por supuesto que uno no está exento de recaer en los engaños, de ser conductor del mismo virus existencial, porque nadie es intocable y las reproducciones se dan de manera solapada, de manera confusa, a veces contradictorias, camufladas. Pero allí se erige el ejercicio de la autocrítica. Nunca podremos dejar de dormir con un ojo medio abierto, porque el que se confía, el que se cree intocable, es el primero en caer.