Colectivo

Algunos colectivos llevan a cabo recorridos que pueden durar 2 o 3 horas, atravesando y conectando lugares astralmente distanciados entre sí, recortados. Al observar estos lugares sobrevenirse uno tras otro, es difícil concebir que se trata de una ordenada sucesión urbana y social, más bien pareciera que uno se enfrentara a un collage especial.

En ocasiones, mirando por la ventanilla, en silencio, hipnotizado por los detalles, he visto pasar frente a mis ojos el transcurrir de las morfologías barriales: modos de vida, mapas mentales que uno se representa – o no –, costumbres, horarios, peligros, estancias en la calle, dedicaciones, posibilidades, cosas que se naturalizan, fisionomías,  miradas, actitudes corporales, ropas, negocios, precios, vehículos, calles, nombres, esquinas, casas, materiales, cableados, verjas, parques, veredas, chicos, perros, colores. Luego, una vez que un pedazo de cada lugar sube al colectivo: el movimiento. ¿Hasta dónde se traslada esa “muestra barrial”? ¿Tiene un límite geográfico su viaje? ¿Tiene motivaciones más allá de algún punto específico en el mapa de la ciudad? ¿Conectará, su andar, puntos inconexos? ¿O sólo se limitará a cumplir con el patrón de movimientos previsto? Probablemente, jamás pensamos que somos parte de esto cuando vamos de un lado a otro llevando a cabo nuestras actividades diarias.

Tras la ventana se nota la escisión que nos disecciona socialmente. Por un motivo o por otro. Inevitablemente o planificadamente. Es cierto que pareciera ser imposible, innecesario y obstaculizante mantener todos los puntos de la ciudad interconectados de modo semi constante o, inclusive, generar la necesidad de atravesar distancias grandes para tareas menores, o diseminar la administración ya centralizada en un punto urbano determinado –lo cual facilita dichas tareas –. Pero la contracara de esto es la distancia, el extrañamiento, la desinformación, la inexistencia de lazos, las diferencias negativas que se fortalecen.

En una ciudad grande, pero no tanto como lo es Mar del Plata, uno se enfrenta, en el transcurso de pocos minutos, con los colores de Aldosivi, Peñarol, Quilmes y Álvarado. Significantes deportivos que conllevan mini guerras civiles hacia el interior de la población, ejércitos y poder para gente que utiliza estas diferencias a su favor particular. Entre medio, barrios donde todo parece antiséptico, donde el pasto está verde y recortado, donde existe la ilusión de que se vive como se tiene que vivir.

No obstante todo esto, las relaciones no cambian. Acá o allá se erige la incomprensión como característica principal. Acá por un motivo, allá por otro, pero el resultado siempre es la fragmentación, la imposición de un tipo de lógica sobre otra, sin medir cuál puede ser el más beneficioso para el conjunto, el más sano o el más justo. Sólo sucede lo que surge como resultado de estas imposiciones… y suele ser algo enfermizo.

De esta manera, “casi sin pensar”, moviéndonos de un lado a otro, adhiriendo a una lógica o a otra, van pasando muchas personas a nuestro lado. De pronto, hay momentos de coincidencia, por circunstancias particulares o generales, a veces elegimos, a veces no. Pero siempre es triste vivir la extinción inexorable de amistades o amores, producto de que ciertas elecciones en los modos de vivir pueden volverse innegociables e incompatibles. Nos decepcionamos de personas que quisimos y admiramos, nos entristece ver el envilecimiento de otras. Quizás hasta sea uno mismo el que ocupa ese rol en la lectura de otros. Entonces, las mismas distancias que existen entre barrios que están pegados unos a otros se reproduce en el nivel micro, en las relaciones personales.

Para hacer de esta colosal masa de relaciones, que conforma la humanidad, algo más amigable y justo, habrá que pensar de qué manera podemos modificar estructuralmente, entre otras cosas, estas circunstancias.

Pasado

En tiempos noventosos, llegaban las vacaciones de invierno y el gris se tendía sobre nuestras cabezas, sentía que jamás iba a poder estar, aunque sea, un poco contento. Mientras algunos de nuestros padres hacían equilibrio en situaciones laborales precarias –cuando no caían en el desempleo – nosotros vagábamos por las calles con los amigos. Jugábamos al fútbol en los potreros del barrio, escuchábamos veinte mil veces el disco que alguno había podido comprar y, mientras, gastábamos las pupilas en algún videojuego del vicio. Después, pasaba horas mirando el techo y pensando, tratando de descifrar incipientemente qué era vivir.

Algunas cosas cambian, otras no, también depende del espíritu con el que vamos encarando el correr de los días, de los meses, de los años. A través de dicho paso del tiempo podemos dedicarnos concienzudamente a trabajar los aspectos de nuestras personalidades que encontremos más débiles o simplemente a reforzar las actitudes viciosas que nos hacen cerrar sobre nosotros mismos y evitan los riesgos de revisar nuestro modo de actuar.

El pasado suele reaparece a través del prisma de la nostalgia, de modo que lo vemos teñido por el aspecto romántico propio de la distancia. Nos llenamos con una especie de sabor agridulce. Ese sentimiento agita las percepciones de nosotros mismos y pone nuestro presente en perspectiva. A nuestra mirada se antepone aquello que fuimos, todas las cosas que hicimos, todo por lo que pasamos: aventuras, desventuras, personas, lugares, distancias, compañías, aislamientos, confusiones, certezas, errores, aciertos, músicas y mil más. Desde ahí, nos evaluamos. Pensamos en dónde estábamos antes y a dónde estamos ahora, pero el antes no podemos más que pensarlo desde el ahora.

Muchas veces nos reprochamos el haber actuado de tal o cual forma, pero enseguida recordamos que si no hubiéramos atravesado esa experiencia, hoy no seríamos quienes somos y no hubiéramos aprendido – ¡siempre y cuando hayamos aprendido!–. Con lo cual, estaríamos siendo producto de nuestras experiencias anteriores, pero con la posibilidad de cobrar giros particulares a través de las reflexiones sobre las mismas. La revisión constante de todo lo que llevamos adentro de la mochila produce nuevas lecturas y maneras de ejecutar nuestras acciones. Además, éstas no son estáticas ya que se actualizan cada vez que seguimos adhiriendo novedades. De esta manera, podríamos pensar el pasado como un pívot dinámico sobre el cual nos apoyamos, para lanzarnos de forma cíclica hacia el existir.