Pasado

En tiempos noventosos, llegaban las vacaciones de invierno y el gris se tendía sobre nuestras cabezas, sentía que jamás iba a poder estar, aunque sea, un poco contento. Mientras algunos de nuestros padres hacían equilibrio en situaciones laborales precarias –cuando no caían en el desempleo – nosotros vagábamos por las calles con los amigos. Jugábamos al fútbol en los potreros del barrio, escuchábamos veinte mil veces el disco que alguno había podido comprar y, mientras, gastábamos las pupilas en algún videojuego del vicio. Después, pasaba horas mirando el techo y pensando, tratando de descifrar incipientemente qué era vivir.

Algunas cosas cambian, otras no, también depende del espíritu con el que vamos encarando el correr de los días, de los meses, de los años. A través de dicho paso del tiempo podemos dedicarnos concienzudamente a trabajar los aspectos de nuestras personalidades que encontremos más débiles o simplemente a reforzar las actitudes viciosas que nos hacen cerrar sobre nosotros mismos y evitan los riesgos de revisar nuestro modo de actuar.

El pasado suele reaparece a través del prisma de la nostalgia, de modo que lo vemos teñido por el aspecto romántico propio de la distancia. Nos llenamos con una especie de sabor agridulce. Ese sentimiento agita las percepciones de nosotros mismos y pone nuestro presente en perspectiva. A nuestra mirada se antepone aquello que fuimos, todas las cosas que hicimos, todo por lo que pasamos: aventuras, desventuras, personas, lugares, distancias, compañías, aislamientos, confusiones, certezas, errores, aciertos, músicas y mil más. Desde ahí, nos evaluamos. Pensamos en dónde estábamos antes y a dónde estamos ahora, pero el antes no podemos más que pensarlo desde el ahora.

Muchas veces nos reprochamos el haber actuado de tal o cual forma, pero enseguida recordamos que si no hubiéramos atravesado esa experiencia, hoy no seríamos quienes somos y no hubiéramos aprendido – ¡siempre y cuando hayamos aprendido!–. Con lo cual, estaríamos siendo producto de nuestras experiencias anteriores, pero con la posibilidad de cobrar giros particulares a través de las reflexiones sobre las mismas. La revisión constante de todo lo que llevamos adentro de la mochila produce nuevas lecturas y maneras de ejecutar nuestras acciones. Además, éstas no son estáticas ya que se actualizan cada vez que seguimos adhiriendo novedades. De esta manera, podríamos pensar el pasado como un pívot dinámico sobre el cual nos apoyamos, para lanzarnos de forma cíclica hacia el existir.